A continuación se pueden leer los microrrelatos escritos por estudiantes de la asignatura Español IV, que forma parte del grado interuniversitario UVic-UCC / UOC en Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas.
Los autores y autoras aparecen por orden alfabético y los relatos están precedidos de un título que es el punto de partida sugerido por la actividad de la asignatura.
Estibaliz Cabañes
La noche en que los caracoles se desenrollaron
Aquella noche tomó la decisión. Ya no podía seguir aguantando el papel que le habían asignado solo por haber nacido así. Ansiaba libertad e independencia, y no tener que limitarse a llevar la casa. Aquella noche se armó de valor. Sin hacer ruido, abandonó su hogar y comenzó a caminar bajo la lluvia. De repente, se sintió feliz: ¡por fin era libre! Entonces, notó un movimiento a su espalda. Se giró y vio que las demás, siguiendo su ejemplo, empezaban a salir también de sus casas. Sonrió y siguió caminando. Aquella noche, el mundo cambió.
Y el eco le respondió
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, parado, mirando al infinito. Creía que lo tenía claro, llevaba demasiado tiempo sufriendo, pero, llegado el momento, las dudas le habían asaltado. ¿Seguro que no había otra salida? Bajó la mirada. El precipicio que se abría a sus pies parecía estar llamándole: ¡Vamos, salta, acaba con esto ya! Solo un paso lo separaba del final. Levantó un pie y vaciló. Volvió a apoyarlo y respiró profundamente. Entonces, gritó: ¡¿Va a ser siempre así?! Y el eco le respondió.
Neus Comadran
La noche en la que los caracoles se desenrollaron
La noche en la que los caracoles se desenrollaron yo iba andando a través del tiempo. Después de unas cuantas eternidades crucé una pareja de enamorados. La chica, con lágrimas en los ojos, me susurró:
—Nos estamos despidiendo, uno de los dos tiene que irse.
—¿Cómo? ¿No podéis iros juntos? —pensando que solamente aquí en el tiempo podrían vivir para siempre.
—No —me respondió él—. Yo he de quedarme con el tiempo. Mi nombre es Amor, el de ella Mentira.
Y con esas palabras Mentira se fue. Amor se quedó sentado y en silencio durante mucho tiempo, hasta que un día, de repente, me preguntó:
—¿Por qué no te fuiste?
—Yo tampoco puedo irme. Me llamo Odio y solamente aquí tengo mi lugar.
Esa mañana los caracoles se enroscaron atrapándonos para siempre en el tiempo.
Tamara Copado
Y el eco le contestó
Vivían en el campo, muy lejos de la ciudad y de cualquier otra granja. El padre nunca estuvo y la madre había muerto; solo quedaban cinco hermanos, el mayor a cargo de los demás. Desde que eran pequeños siempre tuvieron miedo del viejo establo junto al que habían enterrado a su madre.
Pero un día, el hermano mayor tuvo la curiosidad de entrar allí y se dio de que no tenía nada que temer. Se lo dijo el eco de sus propias palabras. No le haría nada si hacía lo que le pedía: solo tenía que matar a sus hermanos…
Mercedes Costa
Diario del aislamiento
Voy con mi hermana, intentando abrirnos paso a través de la multitud para llegar al escenario, en donde tengo un espacio reservado en la primera fila. Algunas personas me sonríen, otras me miran con fastidio, la mayoría lo hace con lástima. Conozco a muchas, mejor dicho, sé quiénes son. Veo a Antonio Solís. He oído que acaba de ganar un premio literario y me encantaría felicitarlo, pero las palabras se quedan encerradas en mi mente. Avanzamos uno metros más y conseguimos llegar a nuestro sitio. Mi hermana me coloca de cara al escenario, acciona el freno y se gira para hablar con unos amigos.
Anatomía de un espíritu
No recuerdo cuándo nos conocimos, ni dónde. Tengo la sensación de que siempre has estado conmigo, como una sombra de la que no me puedo despegar. Vivimos en una simbiosis extraña. Tú te alimentas de mí, mientras que yo necesito de ti, pero no te quiero.
Me acompañas en mis éxitos y fracasos, pero cuando yo lloro, tú ríes, y cuando yo río, eres tú el que llora. Cuando tropiezo, te quedas mirando impasible cómo me caigo. Nunca haces nada. Siempre esperas que sean otros los que me levanten.
No, definitivamente, no te quiero.
Aida Ferrer
Memorias de un paraguas
Solo cuando hay frío te gusto, solo cuando llueve me piensas. Caigo en el olvido allí donde el sol me hace sombra y muchos ni siquiera saben que existo. Es injusto la desidia con la que me tratas; te protejo en los días soleados, en los días nublados y, por supuesto, en los días lluviosos, los únicos en los que muestras tu aprecio. Puede parecer egoísta, pero me gustaría pasar más tiempo contigo.
Quiero salir a la calle, subirme a los coches, pasear por la playa, chocarme con los que son igual que yo, ellos me comprenden. Puede parecer egoísta, pero me gustaría pasar más tiempo contigo. ¡Te extraño mundo!
El origen del sol y de la luna
– Dime Luna, ¿por qué te reflejas en el agua?
– Dime Sol, ¿por qué desprendes tanta luz?
– Mi luz es la energía que mueve el mundo, sin ella no hay seres, no hay vida, no hay esperanza. Cuando amanezco se despiertan los humanos, empieza el día, se levantan imperios y las flores vuelven a brotar. En cambio, me escondo y apareces tú, siempre tan callada, muda en la tempestad.
– Mi silencio rompe el día, estalla la noche. Brillo para iluminar caminos y con mis amigas, las estrellas, sobre un manto de luces el cielo cubrir. Descansan los animales y reina la paz.
Gisela Frigola
Y el eco le contestó
Su abuela acababa de morir después de una larga enfermedad. Quique la había cuidado con especial cariño, y a cambio, ella lo había llevado a lugares inhóspitos; era una gran contadora de historias. Quique no sabía si eran reales o no, pero daba igual, le encantaba viajar a su lado. Cuando su abuela murió, el hueco que dejó fue tan grande que no podía expresarlo con palabras, y enmudeció. Al cabo de dos años, se dio cuenta del tesoro que su abuela le había dejado: sus historias. Decidió escribirlas en un libro para nunca olvidarlas. Cuando terminó gritó de emoción, y el eco de la habitación le contestó. Había vuelto a encontrar su voz.
Francesco Gomirato
Zarina, la emperatriz rusa con la que se hacía pan
Ahí estaba Zarina, apoyada en la encimera de la cocina delante del tamiz sucio. Me quedé un rato observándola y no me sorprendió que se mostrase altiva. Al fin y al cabo, era emperatriz.
—¡Qué vida habrás tenido, querida! —exclamé.
Ella me miraba sin pestañear. Parecía que iba a contarme algo, quizás alguna intriga palaciega ocurrida durante su reinado, pero la verdad es que se quedó inmóvil, sin hablar. Si lo hubiera hecho, me hubiera vuelto loco.
Cogí el sobre de levadura y dije:
—Majestad, te voy a echar enterita en la harina. ¡A ver si también hoy me sale un pan real!
Roberto Jiménez González-Nandín
Diario del aislamiento
Día 1: ¿Dónde estás papá? No te has marchado. Pero no estás. No me conoces. Primer tabique.
Día 2: Yo puedo solo, mamá. No me inocules tus miedos, mamá. Mamá te lo suplico, no me intoxiques. Déjame volar. Segundo tabique.
Día 3: No me repudiéis, compañeros. Por favor, no me hostiguéis, amiguitos. Nada os he hecho. No me dejéis solo, os lo ruego. Tercer tabique.
Día 4: No puedo hacerlo. Todo lo ajeno es sublime. Todo lo propio es vulgar. No lo conseguiré. Cuarto tabique.
Cuatro tabiques. Una guarida. Fuera hace frío. Dentro no hay sol.
Cristóbal López Sánchez
Y el eco le contestó
Su prudencia no lo dejaba hablar. Cuando lo hacía, sentía latir su corazón. Siempre sumido en dudas: ¿lo habrían entendido?, ¿lo habría dicho en el momento oportuno?, seguro que habrá ofendido a alguien. En la montaña podría escapar de sus complejos, allí no tendría gente a su alrededor, y se adentró en el bosque rebosante de energía y liberado de sus pensamientos. Cuando al resbalar en un barranco cayó al vacío, gritó con todas sus fuerzas, y esta vez sí que se le oyó… y el eco le contestó.
La primera piedra de un faro
Nunca supimos por qué el abuelo pasaba horas junto al mar, en aquel islote cercano al rompeolas, en el viejo faro. Su mente parecía perdida entre las olas y el viento. Hacía tiempo que se había retirado, sin embargo, siempre estaba allí, observando a los barcos. Las obras del puerto obligaron a demolerlo. Aquella mañana él ya no podía estar, pero yo quería sustituirle en aquel día tan señalado. De entre las piedras derruidas apareció una con una inscripción en bronce: No me olvides. Siempre estaré aquí.
El origen del sol y de la luna
Hace mucho, mucho tiempo, la luz del sol inundaba la vida, nunca se apagaba, siempre estaba ahí. Las personas estaban tristes, el día eterno les impedía descansar. El sol, la estrella más antigua del Universo, se dio cuenta de lo que su orgullo estaba causando y encontró a la luna girando en torno a la Tierra. Yo me ocuparé de dar luz por el día, decidió el sol, y tú, luna, de iluminar el firmamento por la noche. Desde entonces vemos las estrellas, existen las horas, los sueños, la esperanza… la ilusión en el mañana.
Oscar Marzo
El origen del sol y de la luna
Aquella gran explosión lo cambió todo… Desde entonces no hago más que dar vueltas sin sentido, atraída por una fuerza invisible que me impide acercarme a ti, pero tú tampoco haces nada por reunirte conmigo. Te ves allá a lo lejos, apostado en la vasta oscuridad, deslumbrante, tan bello e irradiando vehementemente una luz que apenas si logro vislumbrar. Con todo, yo me siento fría y distante, no entiendo por qué. Solo un par de días he podido sentir tu calor en mi rostro, aun así, siento tristemente que ni tú ni yo podemos hacer nada para cambiar esta situación…
Astrid Mayer
La oración del taller (inspirado en el Soneto de repente, de Lope de Vega)
No hago más que dar vueltas a la tarea que nos dieron en la última sesión por más que pensaba, después de meses practicando la escritura creativa, que me había aprendido las pautas —en el taller hemos practicado la autoficción, el ensayo, los haikus y ahora toca el microrrelato— y que era ya medio escritora, creyendo que inventar una oración de cien palabras sería pan comido, pero ahora me falta la inspiración por lo que estoy sentada delante de la hoja en blanco, padeciendo su síndrome, y no sé qué redactar sobre La oración del taller.
Henar Ortega
Zarina, la emperatriz con que se hacía pan
Había dejado atrás el orfanato, por fin era libre…. ¿libre? Algo le pesaba tanto que no podía levantar el vuelo. Hasta el día que entró en el obrador. Amasar despertaba su energía. El aroma del pan agitaba su interior. Una majestuosa dama la miraba desde la pared. “¿Quién es?” – preguntó. “Es la emperatriz Zarina, con la que se hacía pan” – le dijeron. En aquel momento, miles de recuerdos se agolparon: estornudos de harina, masa pegada a dedos diminutos… y su risa y su mirada. Era ella. Algo empezó a fermentar en su interior, y se sintió libre.
Josefina Pifarré
Memorias de un paraguas
Siempre recordaré los primeros años de mi vida. Salía a pasear por la calle con mis compañeros de aventuras, el agua y el viento. Estaba con ellos hasta que salía el sol y me resguardaba en casa.
Un día me subí a un coche y pude observar la ciudad desde su ventana trasera. Vi los pájaros volar, los perros pasear, los humanos hablar. ¡Vi el mundo! Luminoso, caluroso, seco. Me gustaba, pero echaba de menos a mis amigos, el agua y el viento.
Cuando la tormenta volvió, salí del coche y bailé con la lluvia mientras el viento nos balanceaba. Y por siempre jamás con ellos me quedé.
Elena Población
De caracoles y babosas
El caracol Bartolo quiere organizar una manifestación a favor de la eliminación voluntaria de las conchas. Bartolo anhela dormir a la intemperie y sentir en su espalda la brisa en las noches estivales. Envidia a las babosas, esas primas que menean sus rollizos cuerpos delante de su triste figura conchuda. Llega el día, y en el jardín se reúnen centenares de caracoles que se sienten oprimidos dentro de sus caparazones: “¡Derecho a la desnudez!” se leía en los carteles. A pocos metros las babosas han levantado también sus pancartas: “Por el derecho a una vivienda digna: ¡conchas para tod@s!”
Elena Teruel
Memorias de un paraguas
Amaneció lluvioso. Abrió la tienda donde vivía desde hacía meses. ¿Me comprarían hoy?
Se acercó, decidida, y me agarró ¡Sería útil al fin!
Fuera, la lluvia me hacía cosquillas. Cobijaba feliz a mi recién estrenada dueña.
Entramos en un restaurante. Me aparcó con otros. “¿Dónde estoy?” pregunté. El plegable contestó: “En un paragüero. Llevo aquí desde mayo. Cuando mi dueña salió hacía sol y me abandonó”.
Dejó de llover. ¡Qué nervios! Se acercó y no paró. ¡Oh, no! Al instante regresó y me cogió. ¡Qué suerte tener una dueña que me pasea aunque haga sol! Fue nuestro primer día juntos.
Isabel Teruel
La primera piedra de un faro
Érase una piedra que inició su viaje desde la cantera que la vio nacer. Ya en su destino, la hierba le tapaba la vista, pero sabía que estaba al borde de un acantilado.
—¡Vaya! —le dijo a una gaviota—. Soy la primera piedra de un nuevo faro.
Sabía que iba a ayudar a proteger a los barcos que navegaran por esas aguas, aunque se puso triste por no poder verlos nunca debido a la vegetación.
La gaviota picoteó a su alrededor, mirándola interesada. La piedra comenzó a sentirse mucho mejor.
—La humedad, la lluvia y el viento erosionarán mi exterior con el paso del tiempo —pensó—, pero nunca podrán moverme o disminuir mi cometido en este nuevo hogar.
Pilar Valdearenas
La noche en que los caracoles se desenrollaron
Aunque habían pasado años desde que los científicos declararon a los caracoles como especie extinta, aún se desconocían las causas. Como únicos vestigios, unas cáscaras vacías halladas tras aquella noche fatídica. Nadie sabía más. Para entonces, la industria de productos cosméticos rejuvenecedores cuya materia prima era la baba de caracol había quebrado. Poco después se descubrió que una plaga de babosas enanas había poblado el planeta. Todos estaban atónitos y asustados, pero a mí las pequeñas babosas siempre me guiñaban un ojo al pasar.
Búho busca bifocales
Se quedaron boquiabiertos al verlo entrar en la óptica. Se estaban preguntando si era peligroso o quizá estaba herido, cuando vieron a aquel búho avanzar decididamente hacia el mostrador y esperar su turno después de los otros clientes. Tras haber sido atendidos los que le precedían, revoloteó un poco para posarse en el hombro de un apuesto y anciano caballero. El dependiente se hizo eco de todos al exclamar:
– ¡Qué alivio! No sabíamos que el animal era suyo.
El hombre sonrió amablemente y el búho tomo la palabra:
– Mi amigo desearía unas gafas bifocales. Acaba de llegar de Alemania y aún no se defiende bien sin mí, que soy su intérprete.
Diario del aislamiento (1)
– Hola, ¿qué tal? (Siempre la misma pregunta).
– Bien. (Siempre la misma mentira).
Diario de un aislamiento (2)
No escribo y nadie me lee, pero no me importa en absoluto porque yo tampoco quiero leer a nadie, hasta que muero y a nadie le importa.