El pasado 28 de julio el Colegio Mexicano de Intérpretes de Conferencias (CMIC), en el marco de su Convención Nacional de Intérpretes, me invitó a exponer un compendio de mi investigación doctoral, aún en curso. Me sentí muy halagada por el ofrecimiento y de inmediato acepté, sin hacer mayores indagaciones. La oferta tenía la ventaja de que la presentación sería virtual, para evitar contagios por el coronavirus SARS-CoV-2.
Me preparé a fondo porque iba a ser la primera vez que expusiera mi proyecto ante un público más o menos informado sobre el tema. Incluso, para ejemplificar la fundamentación teórica, entre las ilustraciones incluí varias grabaciones de audio. Todo estaba listo y yo pensaba que estaba mentalmente preparada para cualquier eventualidad, hasta el momento en que, unos minutos antes de dar inicio, recibí el enlace de la sesión.
Para mi sorpresa, no se trataba de una liga a Zoom sino a Kudo. Esta plataforma permite a los clientes contratar servicios de interpretación a distancia instantáneamente para sus reuniones multilingües, ofreciendo autonomía de acción, tanto para ellos como para los intérpretes. Con esta tecnología no se puede ver a la totalidad de los asistentes al mismo tiempo, solo a unos cuantos, pero no durante la presentación. O al menos así me informaron. La ventaja era que el servicio de interpretación en tres idiomas, que se estaba prestado para la convención, llegaría a los intérpretes de manera impecable. Por fin, pensé, un lugar donde se da preferencia a la labor del mediador simultáneo, por encima de las comodidades del orador.
El registro de participantes indicaba que eran ochenta y cinco. Yo no podía ver a ninguno. Lo único que tenía frente a mí, en el ordenador, eran dos recuadros: uno con mi imagen y el otro con la imagen de las diapositivas. La incertidumbre fue angustiante. No me imaginaba hablándole a una pantalla durante más de una hora, sin apreciar las reacciones que el mensaje estaba generando en los asistentes; sin percibir, por las actitudes del público, si mis explicaciones estaban siendo claras e interesantes o aburridas; si los participantes seguían atentos o si ya se habían retirado a una actividad más atractiva.
Superando el dilema, hablé sin detenerme, hasta el final. ¡Fue maravilloso! Los concurrentes habían seguido la explicación en todo momento, entre sorprendidos e impresionados. Estaban ansiosos por presentar sus dudas. ¡Y cómo no! El tema es, por lo demás, inquietante: «Impacto del género y la edad del intérprete, percibidos a través de su voz, en la percepción de la calidad de la interpretación simultanea de conferencias».
A reserva de contarles los pormenores del estudio en otra ocasión, les puedo adelantar que este experimento refrendó los resultados de mi trabajo de fin de máster, también defendido en la UVic-UCC hace cuatro años. Está rompiendo paradigmas en el concepto que se tiene de la incidencia de los factores no verbales en el producto de una interpretación simultánea. El éxito fue tal que me solicitaron el mismo tema en otros dos foros de América del Sur. Es muy probable que acepte, no sin antes asegurarme de las condiciones exactas del trabajo.