Las rimas oscuras que propone la época actual, enlazadas con ecos infames de los años treinta del siglo pasado, deberían ser superadas con el contrapeso de una civilidad europea en construcción permanente, reflexiva y crítica. No es mal momento, por lo tanto, para recuperar una obra como En tierras del Danubio. Una geografía sentimental (Le paysan du Danube et autres textes), de Denis de Rougemont (1906-1985), publicada por primera vez en 1932.
La trayectoria vital del intelectual suizo Denis de Rougemont conecta con preocupaciones de renovada vigencia: como miembro del grupo de los llamados “inconformistas de los años treinta”, se opuso a los movimientos totalitarios de la época. No podemos dejar de recordar en este punto la visión igualmente europeísta y antitotalitaria del vienés Stefan Zweig, quien, como es sabido, se suicidó en 1942 al no poder soportar la aparente victoria inminente del nazismo.
Después de la guerra, Denis de Rougemont fue uno de los pensadores que incidieron en la idea del federalismo europeo. Igualmente, en los años setenta del siglo pasado se situó en la órbita del informe Los límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma y publicado en 1972. Este informe señalaba ya entonces la necesidad de aplicar criterios de sostenibilidad al crecimiento económico.
El libro En tierras del Danubio plasma una geografía literaria de los viajes que Denis de Rougemont realizó por Centroeuropa entre 1926 y 1930. Como apunta al comienzo, para el autor “Europa central es una de esas realidades que se reconocen de inmediato por el particular escalofrío que provoca”.
Una fiesta en Viena en la que coincide con personajes célebres, como la cantante lírica Elisabeth Schumann o el escritor Hugo von Hofmannsthal; una estancia en Hungría: personas, calles, monumentos de Budapest (de Buda y de Pest); la visita a Estrigonia y al lago Balaton. Denis de Rougemont describe los espacios, pero sobre todo el detalle de las percepciones que tiene al viajar, al llegar a un lugar o las que se derivan de los encuentros con personas diversas.
Visita un castillo en Prusia y convive con sus propietarios. La serpiente ya ha salido del huevo: es 1927 y el primogénito de la familia, Ebo, toca al acordeón el himno nazi Horst Wessel Lied. “¡No se te ocurra contárselo a mis padres!”, le dice a Rougemont. En Tubinga recuerda textos de Bettina Brentano y visita la torre donde vivió Hölderlin su locura durante los últimos treinta y seis años de su vida.
Rougemont recorre Suabia, el texto toma la forma de un diario fechado entre abril y agosto de 1929 en el que recoge las anotaciones del viaje. Las personas con las que coincide se entrecruzan con las escenas rurales y con las lecturas de Goethe, Paracelso o Swedenborg.
Siguen escritos fechados en 1939 y posteriores, añadidos después de la primera edición del libro. Se atisba el desastre: “tal vez ahora estemos viviendo en este París de marzo de 1939 los últimos días de los viejos tiempos europeos”. Efectivamente, no tarda en estallar la guerra. En 1942, el autor dejó Suiza y fue a vivir a Nueva York hasta después del conflicto. Habla de su vida de exiliado y del recuerdo de Europa.
Regresa a Suiza, a Neuchâtel: “Es erróneo pensar que un viajero va perdiendo su patria por el camino, pues suele descubrir lo mejor de ella cuando recorre el mundo y vive en tierra extranjera”. Describe la organización política de Neuchâtel y la vinculación estrecha y larga –de cinco siglos– de su propia estirpe con la ciudad.
La obra de Denis de Rougemont traza pinceladas de sentimientos, pero también de percepciones, paisajes, vivencias mundanas y encuentros en una Europa a la que le faltaba poco para la catástrofe (una más y la peor hasta ahora). Europa está también muy presente desde la distancia del exilio.
No es fácil trasladar el fluir discursivo del autor, en una obra que incluye numerosas referencias a la cultura, la sociedad y la política de épocas y localizaciones diversas, pero la traducción de Marta Cabanillas lo consigue, con una lengua transparente, precisa y bien articulada, que recurre acertadamente, por ejemplo, a los topónimos en español (Tubinga, Estrigonia). Todo ello favorece la imbricación afectiva del lector hispano con un libro que abona la identidad europea en el mejor de los sentidos.
Denis de Rougemont. En tierras del Danubio. Una geografía sentimental
Traducción de Marta Cabanillas
Editorial Gallo Nero, 1925