¿Hablar inglés conduce a la pobreza?

La relación entre lengua, pensamiento y comportamiento ha sido tema de debate desde la antigüedad. (Ya hemos tenido ocasión de hablar del tema en Tradiling, por ejemplo en este artículo.) Durante el siglo XX, el estudio antropológico de las lenguas tuvo gran impacto, especialmente las conocidas propuestas de Sapir y Whorf sobre las categorías del pensamiento y del lenguaje.

Estas son algunas de las preguntas relacionadas con el tema:

  1. ¿Podemos pensar sin palabras?
  2. ¿Las palabras condicionan nuestro pensamiento? (relativismo lingüístico)
  3. ¿Las palabras son nuestro pensamiento? (determinismo lingüístico)

Podemos proponer situaciones que concuerdan con cada una de las tres posibilidades.

En el primer caso, todo lo nuevo, percibido o imaginado se experimenta primero sin palabras. Por ejemplo, un aroma, un sabor, una flor, una emoción, un gráfico. Todo se puede contemplar sin palabras.

En el segundo caso, es evidente que utilizamos las palabras para comunicar nuestro pensamiento y afectar las acciones de terceras personas. Pero también las palabras pueden influirnos de una manera más sutil. Las categorías de la lengua pueden afectar nuestro pensamiento. Por ejemplo, en español tenemos las categorías “ave” y “pájaro”, pero en inglés las dos corresponden a “bird”. ¿Quiere decir que l@s hablantes de español tienen de entrada un concepto más diferenciado de estos animales? Por supuesto, lo mismo ocurre al revés. Entre otros, en español tenemos “puerta” para cubrir dos conceptos en inglés: “door” y “gate”.

El tercer caso recoge un pensamiento popular extendido. Mucha gente opina que piensa en palabras porque la relación entre pensamiento y palabra es muy estrecha. Se nota cuando hablamos más de una lengua. Para las personas multilingües, la lengua materna parece predominar. Si carecemos de cierta habilidad en una segunda lengua, podemos “pensar” la frase en la primera lengua e intentar traducirla. Probablemente tenemos la sensación de pensar directamente en nuestra lengua materna. Y en contextos de absoluta precisión, como el científico y el legal, puede parecer que lengua y concepto son dos caras de la misma moneda.

Sea como sea, parece probable que el pensamiento habitual discurre en las líneas establecidas por el lenguaje pero somos adaptables y, si nos detenemos a reflexionar, podemos trascender las propias barreras lingüísticas (como afirma el experto en lingüística cognitiva Ricardo Muñoz).

El inglés y el ahorro

Keith Chen | TEDGlobal 2012

En este contexto, hace unos años apareció un sorprendente estudio sobre la relación entre lengua y pensamiento que volvió a plantear una relación muy directa entre lengua/lenguaje y pensamiento/acción. Me refiero al asunto del título de este articulo. ¿El idioma que hablamos puede afectar nuestras decisiones financieras? ¿Ser hablante de inglés nos hace menos propensos al ahorro para la vejez?

Según el economista de la Universidad de Yale, Keith Chen, la gramática del idioma que hablamos afecta tanto a nuestras finanzas como a nuestra salud. Los datos que analiza Chen son del World Atlas of Language Structures y el World Values Survey. Chen divide las lenguas del mundo en dos grupos:

  • Las lenguas de “strong future-time reference” (FTR fuerte) requieren que se utilize un tiempo verbal diferente para hablar del futuro. Las lenguas de este grupo incluyen inglés, francés, igbo, italiano, ruso y tamil.
  • Las lenguas de “weak future-time reference” (FTR débil) no requieren un tiempo diferente del presente. En este grupo se encuentran estonio, alemán, malayo, mandarín y yoruba.

Por ejemplo, en inglés, observamos “It’ll rain tomorrow” (~lloverá mañana), mientras que en alemán observamos “Morgen regnet es” (~llueve mañana).

Chen argumenta que las personas que hablan del futuro como si fuera presente serán más propensas al ahorro que aquellas que hablan idiomas que requieren el uso de un tiempo verbal futuro diferente. Según Chen, el hecho de utilizar un lenguaje diferente conduce a una disociación con el futuro y, como parece menos inminente, no hace falta ser previsor.

Chen dice: “Si su idioma separa el futuro y el presente en su gramática, eso parece llevar a las personas a desvincular un poco el futuro del presente cada vez que hablan. Eso efectivamente hace que sea más difícil ahorrar.”

Los hallazgos del profesor Chen han recibido críticas tanto de economistas como de lingüistas, que argumentan que hay una serie de razones culturales, sociales o económicas por las cuales l@s hablantes de los idiomas de la muestra se comportan de manera diferente.

Morten Lau, Director del Centre for Behavioural Economics (Durham University), no acepta las conclusiones de Chen. Lau opina que “hay que ser cauteloso con las inferencias que saquemos de correlaciones como estas. Es muy difícil controlar los múltiples factores.”

Mientras tanto, Chen sigue en sus trece. Podemos tener nuestras dudas pero, en todo caso, es evidente que ha descubierto una correlación sorprendente.

Correlaciones espurias

¿Los datos que ha analizado Chen son un ejemplo de una correlación espuria? Una correlación no es lo mismo que una relación causa-efecto. Hay una anécdota que ilustra el caso. Se dice que hay una correlación fuerte entre el consumo de helados y la muerte por ahogo. Puede sorprender el dato hasta que nos damos cuenta de que el consumo de helados es mucho mayor a la orilla del océano y al lado de las piscinas.

De hecho, en nuestros tiempos de Big Data se puede bucear entre inmensas cantidades de datos y así encontrar las correlaciones más sorprendentes.

Tyler Vigen ha publicado un entretenido web monográfico sobre el tema. Ilustramos dos de sus ejemplos de correlaciones espurias a continuación. Primero, la correlación aparente entre el índice del divorcio en el estado de Maine y el consumo de margarina entre los años 2000 y 2009:

Segundo, la correlación entre la importación de petroleo desde Noruega a Estados Unidos y el total de conductores muert@s en colisión con un tren entre los años 1999 y 2009:

Seguramente es un signo de nuestros tiempos. Cada vez más, en todos los campos, disponemos de más y más datos. Parece que podemos encontrar buenas razones para creer cualquier cosa, incluso las afirmaciones más exóticas e incluso contradictorias.

¡Extrememos la precaución!

Para saber más:

Richard Samson
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