Microrrelatos curso 2022-2023

La asignatura Lengua A IV (Español) del Grado en Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas dedica su segunda prueba de la evaluación continua a los textos humanísticos y literarios y, en concreto, al estudio de los géneros vinculados a esta tipología textual, el uso artístico de la lengua y el estilo.

Como una de las tareas de esta segunda prueba de evaluación continua, este semestre hemos vuelto a proponer al alumnado la escritura de un microrrelato a partir de uno de los siguientes títulos sugeridos por las profesoras: El ojo de una mosca, Con la corrienteLa primera piedra de un faro.

Los microrrelatos que publicamos a continuación no pueden ser más dispares en cuanto a su contenido, lo que dice mucho de la imaginación de nuestro alumnado.

¡Buena lectura!

El ojo de una mosca

Autora: Alicia García Rodríguez

Todos los domingos, Juanita pasaba la mañana en casa de la abuela y, al volver de misa, preparaban la comida juntas. Juanita era de la opinión de que no había cocinero ni cocinera capaz de igualar a su abuela y se había propuesto aprender todas sus recetas para, algún día, poder elaborar los mismos platos.

Sin embargo, la abuela no usaba recetas, ni gramos, ni kilos, ni centilitros. La abuela usaba tres puñaditos no muy llenos de arroz, tanta harina como pida la masa, un chorrito de aceite o el ojo de una mosca de picante. Esto a Juanita le parecía inexplicable: ¡con lo fácil que es medir y pesar!

Han pasado los años y Juanita, ahora Juana, se sonríe cada vez que piensa en poner tres puñaditos no muy llenos de arroz, tanta harina como pida la masa, un chorrito de aceite o el ojo de una mosca de picante. A Juana le parece imposible cocinar de otra forma: ¡con lo fácil que es usar la intuición!

 

El ojo de una mosca

Autor: Iñigo Larrayoz Iribarren

—Ha sido el gato, doctor —me dice doña Mercedes con un deje de histerismo en la voz—. Jugando, no piense mal. Ha sido un accidente. Es que le ha dado un golpe con la pata y la ha dejado tuerta.

Mosca Sarcophagidae

Hace un gesto con la mano hacia su ojo para simular el golpe. Yo asiento con seriedad e intento ignorar el penetrante olor a orín que emana de su ropa. En su regazo sujeta fuertemente la caja de zapatos que contiene la mosca de la que me habla. Sé que está ahí, aunque aún no la he visto, porque la oigo zumbar y chocarse con las paredes y la tapa.

—Es que ella es muy mala también, no se crea; le muerde el rabo a Uñitas y no le deja dormir la siesta. No quiere más que jugar y jugar. Yo le riño, y la encierro en su caja, pero nada: ¡que no aprende la tía! Y claro, luego ayayay.

Doña Mercedes está muy nerviosa y gesticula mucho. Tiene los ojos muy abiertos y se atusa compulsivamente el pelo. Me da mucha pena porque está claro que la mujer ha perdido la cabeza del todo. Le hablo con suavidad para no alterarla más:

—Intentaremos un trasplante. Eso si encontramos un donante a tiempo…

Me interrumpen dos golpes secos en la puerta. Jaime, un enfermero que trabaja aquí desde hace poco, entra portando una bandeja y nos saluda sonriente:

—Doña Mercedes, don Cosme, les traigo su medicación. ¿Cómo se encuentran hoy?

 

El ojo de una mosca

Autor: Álvaro Orozco Sebastián

El novelista se encontraba en su estudio, mirando fijamente la pantalla en blanco del ordenador, tratando de hacer saltar la chispa que le permitiese continuar con su relato. Frustrado, se levantó de su silla y se dirigió hacia la ventana buscando algún tipo de inspiración en el paisaje urbano que le salvara de la sequía creativa. Fue entonces cuando una mosca entró por la ventana y se posó en su oreja. El novelista se asustó y trató de alejarla, pero, en un movimiento brusco, la mosca se coló por su oído.

De repente, todo cambió. Los ojos del novelista —ahora un mosaico de prismas vibrantes— mostraban el mundo de una manera completamente distinta: los colores eran más brillantes, la luz más intensa y los movimientos más armónicos. Todo parecía tener vida propia, como si cada objeto fuera un personaje de una historia esperando a ser contada.

Tal y como entró, el intruso se escurrió por el otro oído, se posó en la ventana y se quedo mirando fijamente al novelista y sus extraños ojos de mosca.

 

El ojo de una mosca

Autora: Cristina Serrano Vidal

Era el único árbol de aquel campo solitario. Acostumbraba a recibir visitas repentinas casi a diario: un lagarto que pasaba por ahí; un pájaro que necesitaba descansar. El roble siempre se preguntaba quién sería el siguiente en aparecer. Hasta que un día se cansó de esperar y decidió que sería él quien visitaría a los demás; intentó mover sus raíces y nada sucedió, pensó muy fuerte en desplazar su tronco, pero no pasó nada. El árbol lloró hasta quedar exhausto.

Roble en un campo de Bradmore (Inglaterra)

De repente, una mosca llegó volando y le preguntó el porqué de sus llantos. El roble le explicó que estaba harto de ver el mismo paisaje constantemente, a lo que la mosca le respondió:

—Puedes mirar a tu alrededor con el ojo de un roble, que sabe que vivirá cientos de años, o puedes contemplar las vistas con el ojo de una mosca, que sabe que el viaje es breve, pero intenso y que no hay tiempo para lamentos; el final será el mismo para todos.

Cuando acabó de hablar, la mosca cerró los ojos eternamente y el roble decidió abrir los suyos y disfrutar del paisaje por su amiga y por él.

 

Con la corriente

Autora: Zaira García Fuertes

El niño levantó la vista hacia el cielo al percatarse de que la atmósfera había cambiado radicalmente en un instante. Nubes impetuosas se arremolinaban en lo alto y amenazaban con descargar su ira contra el barco en cualquier momento. El viento soplaba con violencia y azotaba todo lo que había en cubierta, y los relámpagos iluminaban de vez en cuando los rostros aterrorizados de la tripulación. Les habían advertido acerca de los peligros del Mar de las Criaturas, pero decidieron embarcar igualmente en busca de un futuro más esperanzador.

Cuando comenzó la lluvia, las olas eran ya tan feroces que muchos de los marineros se rindieron y dejaron el barco a merced de la tormenta, provocando que la estructura se inclinara tanto que el pobre niño resbalase y cayera al agua. La corriente lo arrastró unos metros por debajo de la superficie, donde la oscuridad y el silencio extrañamente lo reconfortaron. Se quedó inmóvil por un instante y el nombre del lugar donde se encontraba de repente cobró sentido, porque cuando abrió los ojos solo había oscuridad, pero los destellos de luz le descubrieron que o estaba solo: unos ojos gigantescos y salvajes le devolvían la mirada.

 

Con la corriente

Autora: Verónica María Palenzuela Luis

David estaba triste. Veía cómo los otros niños jugaban con sus pelotas de fútbol blancas y brillantes. Mientras, él tenía que conformarse con su vieja pelota gris y desgastada. Cuanto más la miraba, más la despreciaba, hasta que ya no pudo más y, en un arrebato, la lanzó al río.

Desde la distancia, vio cómo la corriente se la llevaba. Cada vez se hacía más pequeña, hasta que, por fin, desapareció.

La pelota flotaba y giraba sobre sí misma. Parecía que estuviera jugando con la corriente. Tras varias horas de viaje, la corriente se suavizó, y la pelota se quedó atascada entre unas rocas en plena orilla.

Casualmente, un niño estaba agachado entre esas rocas, aguzando la vista para ver si podía encontrar algún pez dentro del agua. ¡Cuán fue su alegría al ver una pelota aparecer de la nada! No cabía en sí de la felicidad. Estaba ansioso por contarle el hallazgo a sus hermanos. La pelota estaba en muy buen estado, no tenía agujeros ni le faltaba aire. ¡Por fin tenía una pelota de verdad con la que jugar!

Marta Cabanillas

About Marta Cabanillas

Traductora editorial y literaria de francés e italiano a español. Socia de ACE Traductores. Docente de ELE en la Escola d'Idiomes de la UVic-UCC y editora de material didáctico. Doctoranda y profesora asociada del Grado en Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas de la UVic-UCC.
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