Ofrecemos la segunda entrega de los microrrelatos creados en la asignatura Lengua Española IV, del grado en Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas (interuniversitario entre la Universidad de Vic – Universidad Central de Cataluña y la Universitat Oberta de Catalunya). La profesora Eva Tresserras ha participado en la edición de esta entrega.
Recordemos que la primera entrega está disponible.
El punto de partida es la serie de animaciones Boredom & Hallucinations, obra de Laia Solé, artista plástica y profesora de la UVic-UCC. Se trata de tomarlas como referencia para elaborar un discurso personal.
Cada texto está precedido por el nombre de la persona responsable de su autoría. Después, puede seguir (puesto que no siempre se propone), en cursiva, una contextualización respecto a los vídeos; a continuación, en negrita (igualmente, si se ha propuesto), el título, y, finalmente, el propio microrrelato.
Rosa María Pérez González
La cuarta animación me ha hecho pensar en que muchas veces nos sentimos presionados y arrastrados a cumplir con aquello que se espera de nosotros, aunque lo que realmente nos mueva por dentro, nuestra verdadera pasión, sea algo completamente diferente y quizás rechazado por nuestro entorno.
—Mamá, he estado pensando sobre el voluntariado en Camboya.
—¿Qué voluntariado?
—Lo sabes perfectamente.
—¿Necesitan abogados?
—Necesitan voluntarios para rehabilitar una aldea.
—Entonces no necesitan abogados.
—Mamá…
—No puedo creer que sigas con esa absurda idea. No sé a quién has salido tan hippie. Esta familia ha hecho muchos sacrificios para que ahora lo tires todo por la borda. Además, ¿adónde crees que vas con tu dolor crónico de estómago?
—Encontraré un médico allí.
—No seas ridículo. No voy a consentir que un campesino te dé yerbajos y setas alucinógenas. Mañana cogerás ese avión y asistirás a la conferencia. Puedes ir a Camboya de luna de miel cuando te cases con Lorena y entres en el bufete de su padre. Se acabó la discusión.
De camino al aeropuerto, no se oyó una mosca en el coche. Su madre le despidió con un beso: «Estoy orgullosa de ti. No me decepciones».
Una vez en la terminal, se dirigió a un mostrador.
—¿Tienen vuelos a Camboya?
—Hay uno a las once con escala en Dubai.
—¿Quedan plazas?
—Permítame comprobarlo. Sí, quedan plazas.
—Deme un billete, por favor.
—¿Cuándo desea la vuelta?
—No quiero vuelta.
De repente, su dolor de estómago había desaparecido.
Gisela Porcel Linde
Para redactar este microrrelato me he inspirado en cómo la sombra del personaje le consume hasta que lucha contra ella.
En un mundo donde las sombras cobraban vida propia, Lucas vivía atormentado por la suya. Cada día, su sombra parecía más voraz, devorando lentamente su esencia hasta que apenas quedaba de él más que un débil eco.
Una noche, mientras contemplaba la luna llena, Lucas sintió un fuego arder en su interior. Un instinto ancestral despertó en él, una fuerza que desconocía poseer. Decidió enfrentarse a su sombra.
En un enfrentamiento épico, Lucas luchó contra la oscuridad que lo consumía. Cada golpe, cada empuje, era una batalla por su propia existencia. Pero, finalmente, con un grito de determinación, logró someter a su sombra.
Desde entonces, Lucas camina con paso firme, su sombra obediente a sus órdenes. Ya no es un prisionero de la oscuridad, sino un maestro de la luz. Y mientras el sol brille en el cielo, su sombra será su aliada en lugar de su enemiga.
Él se levantaba cada mañana aterrado. La ligereza de los primeros rayos de sol siempre le brindaba bienestar, pero luego la veía a ella. Siempre llegaba antes que él. En cuanto él salía de la cama, ella iba tras él. Por mucho que intentaba esquivarla, ella siempre lo encontraba.
Si él bailaba, ella bailaba. Si él lloraba, ella lloraba. Si él comía, ella comía. Ella le recordaba todo lo que podía haber sido y no fue. Todos los sueños a los que renunció. Todos los proyectos que intentó llevar a cabo, pero en los que fracasó.
Un día decidió afrontarla. La lucha fue intensa, pero él venció con bastante facilidad y entonces se dio cuenta. Ella también le recordaba todo lo que pudo ser y fue. Todos los sueños a los que no renunció y cumplió. Todo lo que había conseguido y lo que le quedaba por conseguir.
Y es que ella no era solo su sombra, sino también su luz.
Belen Ruiz Montes
Aquí va mi microrrelato, basado en el primer vídeo: «Boredom & hallucinations».
Cuando llegó no tenía reloj, pero sabía que era tarde, quizás las cinco de la mañana. Las máquinas dormitaban en la penumbra. Todo parecía triste, salvo por la amable sonrisa de la mujer de la entrada. El eco de sus pasos al entrar resonó en el vacío. Notaba la ansiedad creciendo con cada palpitación de su corazón.
Con cada paso que daba, su desesperanza se intensificaba. La competición estaba cerca, una prueba de fuerza que lo desafiaba más allá de los límites de su mente y de su cuerpo. ¿Cómo podría triunfar si su propia ansiedad lo arrastraba hacia abajo?
El hierro frío bajo sus manos parecía burlarse de él. Se colocó las muñequeras y rodeó la barra de hierro. Sus demonios lo acechaban, susurros oscuros que se enroscaban alrededor de su voluntad: «Ni te molestes, no podrás hacerlo».
Sin embargo, sujetó la barra con fuerza y luchó. Luchó contra las voces, luchó contra sus propios miedos. Se irguió con esfuerzo, desafiando a sus demonios y a su propia incredulidad. Con un último suspiro aceptó que solo él era el amo de su destino. Y en el brillo de un nuevo día, salió del gimnasio, exhausto pero victorioso.
María de los Ángeles Sanz Orensanz
Me he inspirado en la soledad, la rutina y el esfuerzo.
Era viuda. Hacía ya dos años, pero la pena la atenazaba de tal manera que era incapaz de salir de casa. Iba de la cama a la cocina, de ahí al sofá y, pasando por el lavabo, de vuelta a la cama otra vez, en una rutina interminable. Un día se cayó al levantarse de la cama y no pudo ponerse en pie.
—Se ha quedado sin musculatura en las piernas —diagnosticó el médico—. Debe caminar, salir a dar una vuelta; que le dé el aire.
«¡Qué ironía!», pensó. «Ahora que no puedo caminar, cuánto daría por bajar a la calle». Sin darse cuenta, justo en el instante en que había tocado el suelo, como quien toca fondo, había decidido continuar viviendo. «Solo» tenía que caminar.
Se fijó pequeñas metas: primero, caminar con muletas, luego, soltar una para, finalmente, caminar sin ayuda. Pero era duro; se agotaba a los tres pasos. Paraba, lloraba, volvía al sofá. Lo intentaba de nuevo al día siguiente: esta vez eran cuatro pasos, «por Dios, ¡qué dolor!». Luego cinco, seis… y logró llegar sola al lavabo. Diez, quince pasos, «¡Estoy en la cocina!» Veinte, veinticinco… y, finalmente, pudo abrir la puerta de casa.
Silvia Vicente Muñoz
Para la redacción del microrrelato me he inspirado en las dos últimas animaciones.
«Aceptada». Volví a leer la carta de principio a fin. Me habían aceptado para cursar el Máster en Investigación Clínica en la Universidad de Harvard. Después de todo por lo que había pasado, iba a conseguir mi sueño.
Todavía de pie en medio de la sala, oí que se abría la puerta del piso que compartía con mi mejor amigo. Nada más verlo me puse a llorar. Rubén dejó la compra tirada en la entrada y vino corriendo a abrazarme.
—¿Qué ha pasado, Chloe? —me dijo preocupado.
—Me han aceptado —le contesté sollozando—. No me lo puedo creer, Rubén. Lo conseguí.
—Sabía que lo conseguirías —afirmó sonriendo, mientras me limpiaba las lágrimas—. Te voy a echar de menos.
—Yo también a ti. Muchísimo.
Seguimos abrazándonos con fuerza durante más de cinco minutos, sabiendo que en unos pocos meses estaríamos a miles de kilómetros. Mientras guardábamos la compra, nos pusimos a hablar sobre todo lo que tenía que hacer antes de irme. Me aseguró que me ayudaría con los trámites burocráticos, ya que a mí me agobiaban bastante.
Esa noche, me dormí con una sonrisa y con la satisfacción de que todo el esfuerzo había merecido la pena.
Claudia Adelwoehrer
Os dejo aquí mi microrrelato basado en el conjunto de las animaciones propuestas con un enfoque especial en el aburrimiento, la rutina y la futilidad. Aunque la autora de los dibujos sitúa la acción en el propio domicilio del protagonista (debido a la COVID-19), he querido ambientar la historia en un espacio público.
Cuando el aburrimiento mata
Óscar apenas levantó la vista cuando recorrió los últimos metros hacia su gimnasio. Todos los días el mismo camino. Tenía su vista fija en la pequeña pantalla de su móvil, sin prestar atención al espacio que le rodeaba, cuando tropezó… ¡Maldita tapa de la alcantarilla! ¿Cuándo arreglarían, por fin, este trozo de chatarra levantado que le había costado ya más de un tropezón? Siguió enfadado hasta llegar a su destino y cruzó la puerta del gimnasio. Todo era como siempre. La misma gente a su alrededor, los mismos ejercicios cada día, los mismos sonidos al chocar las pesas contra el suelo. Monotonía, una vida aburrida, fútil. En cuanto terminó su rutina, salió por la puerta y giró a la izquierda para enfilar la calle que le llevaría de vuelta a su casa vacía dónde le esperaba una insípida cena. Todo como siempre. Bajó la cabeza y centró su vista en la pantalla del móvil. No vio el cartel que se había instalado en la acera hace apenas una hora y que decía: ¡Peligro, trabajos en los alcantarillados! Su grito de sorpresa al caer retumbó por toda la calle…
Patricia Maria De la Puente Sánchez
Aquí os dejo el microrrelato que he escrito, inspirado por la animación Boredom and hallucinations.
Sombra
Como tantas otras veces, miré la sombra que proyectaba mi cuerpo sobre el suelo del gimnasio.
Parecía diferente, más oscura y voluminosa. Quizás fuera un reflejo de mi alma, corrompida por lo que acababa de hacer.
Muchos querrían luchar contra ella y casi me sentí tentado de hacerlo. Pero me hacía sentir más fuerte, más vivo que nunca, casi invencible.
Me apetecía explorar ese lado tenebroso que había descubierto, aunque estaba convencido de que todos lo reprobarían. Pero ¿por qué iba a despreciar esa parte de mí?
No, no iba a hacerlo.
Levanté la mirada y vi las pesas en el suelo. Nunca había intentado levantar una de tal magnitud, pero hoy me sentía capaz de cualquier cosa.
Agarré la barra con la mano y, antes de alzarla, cerré los ojos para revivir lo que había hecho antes de venir a entrenar.
Volví a sentir el calor de la sangre recorriendo mis brazos, la adrenalina de cada corte y la mirada vacía de Silvia. ¿O era Sonia? Ya poco importaba su nombre.
Abrí los ojos y me vi en el espejo con la pesa sobre mi cabeza.
No. Definitivamente no iba a despreciarla.
David del Álamo Arias
Aquí os dejo mi microrrelato sobre el niño que quería ir al gimnasio.
Effort&Futility
El niño no cabía en sí de la emoción. ¿Cuántos meses había esperado a que llegara ese día? ¿Cuántas súplicas al llegar del colegio, o antes de ir a la cama, o en las noches de juego en familia?
Había visto cientos de videos en YouTube sobre halterófilos a los que admiraba. 250 kilos en press de banca, 400 en sentadilla, 500 en peso muerto… Practicó en infinidad de ocasiones con garrafas de agua, o bien con los muebles de la casa, o con su hermana pequeña. —¡Al fin mi papá va a llevarme al gimnasio! —exclamó el niño exultante.
Entró detrás de su padre, asustado. La gente allí le parecía hostil y peligrosa, pero su padre le inspiró confianza. Vio la barra a lo lejos, el cromado le infería un brillo fulgurante. Se acercó dispuesto a alzarla, confiado, podría decirse que incluso osado. Ejerció todo el esfuerzo que pudo en aquel intento. El objeto permaneció inmóvil.
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