En el contexto de la sociedad de la información, cobra especial relevancia el impacto directo de la digitalización sobre el mercado laboral. Algunas fuentes apuntan, no en vano, a que las rápidas transformaciones económicas (Caixabank Research, 2015) a las que nos enfrentamos superarán a las experimentadas durante la Revolución Industrial.
La industrias de la traducción, la localización y otros servicios lingüísticos afines se ven ya afectadas por los avances tecnológicos. Cada vez somos más los traductores, tanto profesionales como aspirantes a serlo, entre los que me incluyo, que reflexionamos sobre una amenaza que se cierne sobre nosotros: la automatización progresiva de nuestro trabajo. Nos guste o no, los algoritmos que utilizan los sistemas informáticos de traducción evolucionan a un ritmo trepidante. Pero ¿significa esto que el panorama sea irremediablemente desalentador? No lo creo.
Si bien es muy probable que el perfeccionamiento de las traducciones automáticas vaya en detrimento de las condiciones laborales de algunos profesionales (tarifas a la baja, sustitución total en algunas traducciones técnicas, etc.), la realidad podría ser bien distinta para quienes apuesten por el emprendimiento. Es ya un hecho que, desde que entrásemos en la era digital, nos encontramos también ante una transición histórica en lo que a estilo de vida se refiere. Además, la actual pandemia no ha hecho más que acelerar el proceso de cambio de hábitos sociales en el que ya estábamos inmersos. Así, numerosos medios de comunicación se están haciendo eco del auge que vive el movimiento nómada digital (Gispert, 2021), impulsado por la creciente implantación del teletrabajo y la tendencia al alza del autoempleo.
Como fenómeno ligado a la relación irrefutable entre tecnología y globalización, el nomadismo digital representa un horizonte lleno de posibilidades para aquellos traductores que sientan la tentación de trabajar viajando o, simplemente, la necesidad de huir de la sensación de estar enjaulado por la rutina. Emprender un viaje, emprender el vuelo, emprender proyectos profesionales. Al fin y al cabo, emprender.
Es aquí donde radicará la importancia de ampliar la cartera de servicios que los traductores freelance o autónomos deberán ofrecer a sus clientes para, así, conseguir destacar en un mercado global cada vez más competitivo e individualista. La posedición (según se explica en la guía de Asetrad, la revisión de textos traducidos de forma automática), la corrección o la enseñanza de idiomas en línea serán otras fuentes de ingresos habituales para muchos de ellos.
Otros podrían apoyarse en vertientes más creativas de la traducción y la lengua, cuyas formas más estilísticas y de mayor carga emocional nos hacen suponer que serán más difíciles de imitar por la inteligencia artificial. No solo me refiero aquí a la tarea de traducir literatura o contenido audiovisual, sino también a las nuevas estrategias de escritura persuasiva que las empresas utilizan en sus planes de marketing digital. Técnicas como el copywriting, el storytelling o la gestión de blogs y redes sociales requieren habilidades lingüísticas que muchos traductores ya poseen, pero también ciertas aptitudes tecnológicas y comerciales que será necesario aprender.
Dominar dichas herramientas podría ser un arma doblemente útil para nómadas digitales. Por un lado, nos permitirían mejorar nuestra propia identidad digital como autónomos y, de este modo, conseguir más clientes. Por otro, nos brindarían la opción de ofrecer servicios de redacción, traducción y localización de contenido web en nuestra lengua a empresas de cualquier parte del mundo; si llegan a mercados extranjeros, aumentarían sus ventas y, por ende, nuestros beneficios. Y qué mejor oportunidad que aprovechar nuestros viajes para presentarnos a puerta fría (o con cita previa, cuestión de estilo).
En los próximos años, uno de los grandes retos para nuestro sector podría hallarse en las instituciones educativas tradicionales. No hay más que realizar una sencilla búsqueda en la red para darse cuenta de la asombrosa atención que captan, también entre los candidatos a traductor, algunas startups del campo de la formación en línea no reglada. Su principal reclamo consiste en que aseguran capacitar para emprender en lo que denominan “las profesiones digitales del futuro”.
¿Debe la Universidad adelantarse a esta corriente? Algunos programas de grado, como el interuniversitario de Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas que comparten la UOC y la UVic-UCC, apuestan por reforzar las competencias TIC adquiridas durante las etapas obligatorias de la enseñanza, pero ¿será necesario ir más allá para adaptarse a una concepción del trabajo más independiente?
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