Recientemente en Netflix vi “Roma”, una película semiautobiográfica de Alfonso Cuarón, que ha tenido una acogida muy buena y mucha gente la considera entre las mejores cintas del año. Está grabada en blanco y negro, con numerosos y cuidadosos planos largos y travellings lentos, sugeriendo en tono intimista el recuerdo nostálgico del autor. Yo la encontré algo lenta, muy larga y falta de dirección narrativa. Para las personas que conocían Ciudad de México a finales de los años sesenta quizás es una obra significativa, pero no es mi caso.
Sin embargo, mi propósito en este artículo es referirme a la noticia de la retirada en Netflix de los subtítulos en “español peninsular”. Inicialmente, Netflix distribuyó la película con opción de subtítulos en “español latinoamericano” (o sea, más o menos una transcripción) o en “español peninsular” (con substitución de los vocablos y las expresiones más dialectales del original). Resulta que esta segunda opción generó controversia, desde diversos puntos de vista.
Veamos algunos ejemplos de subtitulación.
Español latinoamericano
Se va a enojar tu mamá
Qué babosa eres
Nomás no se vayan hasta la orilla
¡Vengan!
Y, además, quiero un coche más chico
Tengo que ir a checar
Si está bien suave
Español peninsular
Tu madre se va a enfadar
Qué tonta eres
No os acerquéis al borde
¡Venid!
Y quería un coche más pequeño
Tengo que mirar
Está tranquila
A causa del revuelo Netflix eliminó los subtítulos “traducidos” de su plataforma, aunque en ciertas salas de cine de España siguió proyectándose con el texto polémico.
¿Por qué disgustó la versión traducida? Por un lado, parece poner en duda la unidad de la lengua española. Las expresiones más opacas del original son una pequeña minoría y fácilmente se entienden en el contexto. Por otro lado, parece responder a una actitud metropolitana, para facilitar -podríamos decir- la comprensión del hablar “curioso” de los indígenas. En los dos casos la implicación (que el mejicano no es español o que el mejicano no se entiende fuera de Méjico) puede resultar ofensivo. De hecho, el mismo Cuarón ha opinado que el hecho de subtitular su película en español peninsular es “parroquial, ignorante y ofensivo para los propios españoles. […] Algo de lo que más disfruto es del color y la textura de otros acentos. Es como si Almodóvar necesitara ser subtitulado.”
En verdad, y como tantas veces pasa, el asunto no es lingüístico. Tiene más que ver con temas sociopolíticos e identitarios. La definición de una lengua tiene importancia para el ejercicio de poder y la organización de la sociedad, pero no es directamente un asunto comunicativo. El continuo dialectal conduce a la inteligibilidad mutua, un hecho social enfrentado con la definición de lenguas estándar.
Me recuerda el celebrado aforismo, atribuido al lingüista Max Weinreich, “Una lengua es un dialecto con un ejército y una marina”. O sea, la definición y la defensa de una lengua es un ejercicio de poder.
Por cierto, en mi caso vi Roma con los ahora desaparecidos subtítulos en español peninsular. No me molestaron en absoluto y, si me hubieran molestado, tenía la plena libertad de cambiar a otros subtítulos o desactivarlos por completo. Poder escoger no puede ser un despropósito. ¿O no?
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