Un relato de multiculturalidad e interculturalidad

Alter Marktplatz Bielefeld

Alter Marktplatz, Bielefeld
(foto de SPBER, CC BY-SA 3.0)

En verano suelen aparecer algunos documentos olvidados o traspapelados que, de pronto, sitúan a una en otra época o en otro momento de la vida. A veces, las relecturas desde otro momento vital y con un bagaje profesional aumentado permiten lecturas más ricas. Así me ha sucedido con un relato autobiográfico escrito a finales de los noventa del siglo pasado sobre mis experiencias como individuo multicultural en Alemania entre los ochenta y los noventa. Quiero compartir aquí dicho relato e incluyo en él enlaces a lecturas desde la perspectiva actual de 2021. El texto original está escrito en alemán y aquí presento una autotraducción.

Bielefeld, comienzo de los noventa del siglo pasado

Vivo desde hace más de diez años en Alemania, en Bielefeld para ser más exactos. ¿Dónde demonios está eso? Esta es la pregunta habitual que se me hace cuando vuelvo a España de visita. Entre Colonia y Hannover suele ser mi respuesta estándar dibujando al mismo tiempo una línea en el aire en la que sitúo Bielefeld en un punto más bien cerca de Hannover. El punto siempre me queda más cerca de Hannover de lo que debiera, pero pienso que es igual cuando descubro en el semblante de la persona que pregunta la satisfacción que supone poder situar en un mapa mental un lugar geográfico desconocido.

Que yo viví un choque cultural al llegar a principios de los 80 a Bielefeld lo sé hoy tras haber trabajado desde un punto de vista académico la bibliografía sobre el tema. Y me explico.

Cuando llegué a Alemania, ya hablaba bastante bien alemán, además tenía pinta de ser alemana, al fin y al cabo, mi abuelo paterno era alemán y mi padre había vivido en Alemania aquellos funestos años del 36 al 49. Yo había ido al colegio alemán (Deutsche Schule) en Las Palmas de Gran Canaria, estaba familiarizada con usos y costumbres alemanas, o así al menos lo creía. Me trasladé a Alemania con mi pareja, su alemán aún no era demasiado bueno. Así que decidimos hablar entre nosotros en alemán. Y lo mantuvimos así, menos cuando discutíamos. Eso lo hacíamos en español. Y nos volvimos muy alemanes. Queríamos integrarnos. Y llegó el primer invierno. Aún no conocía mucha gente, no seguía ningún curso de alemán, la composición de los seminarios en la universidad cambiaba bastante, yo me dedicaba sobre todo a escribir mi tesina en la biblioteca e interpretaba los extraños estados medio depresivos en los que me sumía de tanto en tanto tras acabarse la llamada fase de la euforia como problema personal mío. Tendría que esforzarme más para hacer amistades e integrarme aún más.

Y finalmente llegó el primer café de invierno (Winterkaffeetrinken), con tarta de manzana, velas, en la cocina de un piso de estudiantes, en una buhardilla con techos inclinados. Aún hoy veo la imagen con claridad ante mí. El café se alargó hasta últimas horas de la tarde. Entraban cada vez más personas y todas traían un pequeño regalo. ¡Madre mía, pensé, hoy es el cumpleaños de esta chica! Y yo he venido con las manos vacías. Que me trague la tierra. Pero es que ella no me había dicho nada. Estaba segura. Mi alemán era lo bastante bueno como para entender eso. Ella solo había dicho “si te apetece, pásate mañana por la tarde por mi casa. Habrá café y tarta…”. No fue hasta más adelante cuando descubrí que en círculos estudiantiles (de izquierdas) no se decía de forma directa que celebrabas tu cumpleaños. Cuando la conoces, ya se sabe cuándo es el cumpleaños de esa persona, me explicaron después. El ritual comunicativo en cuestión era algo así o por el estilo:

Sin relación aparente con la conversación que se estuviera manteniendo preguntaba el cumpleañero o la cumpleañera “por cierto, ¿tienes el sábado por la tarde algo?

Invitado/a: No, ¿por qué?

Cumpleañero/a: Habrá un café con tarta /una pequeña fiesta/ solo algo entre amigos en casa, y me gustaría que vinieras.

Invitado/a: Ah sí, es verdad, dentro de poco es tu cumpleaños (esta es la variante 1, en caso de que en ese momento no te acuerdes de cuando es exactamente la fecha del cumple; la variante 2, si te acuerdas, es: Ah sí, es verdad, el sábado es tu cumple. Claro, me paso seguro).

En fin, estos rituales comunicativos no me los había enseñado nadie durante mis doce años de escuela alemana.

A pesar de estas experiencias iniciales, conseguí integrarme. Nos mudamos a pisos compartidos con estudiantes. Mi compañero a uno y yo, a otro, eso era también muy de aquella época. Decoré mi habitación como lo había observado en otros pisos a los que había ido. La decoración estándar de habitación de estudiantes de entonces era: moqueta, colchón o somier en el suelo, muebles de segunda mano, a veces cajas de fruta de madera como mesa de noche, estanterías de ladrillos y tablas, percheros como armario, pósteres de alguna manifestación estudiantil en las paredes, etc. Me vestía siguiendo las tendencias de la época en aquel ambiente, es decir, en invierno, parka con pañuelos palestinos, botas, vaqueros desgastados, etc. Incluso mi dieta cambió. Me acostumbré a unos desayunos eternos, en los que se tomaba mucho café, al mediodía solo se comían panecillos o muesli o se iba al comedor universitario y a última hora de la tarde se cocinaba en casa y los que compartían piso, si estaban en casa, compartían igualmente la cena caliente.

También aprendí a participar en presentaciones de aspirantes a compartir piso. Ese género discursivo oral tampoco me lo habían enseñado en la escuela alemana. En mi caso tenía que contar con que en un momento u otro de la conversación alguien preguntara en tono discreto y como con mucho cuidado:

A: Pero ¿tú no eres de Bielefeld, verdad? Es que tienes un poco de acento…

Yo: (Variante 1, si no tenía ganas del tipo de conversación que se iniciaría si contestaba de otra forma): No./ O bien decía (variante 2): No, nací en España, soy de las islas Canarias.

Y entonces A indefectiblemente respondía: “¿Qué? ¿De las islas Canarias? Y, entonces, ¿qué haces aquí?”

Cómo odiaba esa pregunta. ¿Valía la pena contestar? ¿No era obvio lo que estaba haciendo allí? Así pues, intentaba parecer aún más alemana, lo cual evidentemente no conseguía. ¡Ay, las identidades en la comunicación intercultural! Empecé entonces a catalogar a las personas en función de si me hacían la pregunta en cuestión o no. Seguía pensando, sin embargo, que se trataba de anécdotas o experiencias personales. Como quería integrarme tanto, no me relacionaba con otras personas hispanohablantes, aún menos de las islas Canarias, que vivieran en Bielefeld. Por tanto, no compartía experiencias con otros. Y asimismo interpretaba como experiencia personal que tras realizar una presentación en algún seminario de la universidad o hacer alguna aportación en una asamblea se me alabara por mi buen acento alemán y no por el contenido de lo que había expuesto. Obviamente, esto me empezó a chocar, pero como se trataba de algo personal, pensaba que posiblemente debía mejorar mi capacidad de oratoria.

En las vacaciones iba a España. A medida que pasaba el tiempo, me decían con más frecuencia “no seas tan alemana”. Este comentario solía caer si, por ejemplo, insistía a mi madre en que teníamos que ir saliendo porque habíamos quedado en estar en casa de fulano o zutano a tal hora y antes queríamos comprar tal o cual cosa. Y a ese comentario yo replicaba con “eso no tiene nada que ver”.

Al pasar los años, relacionarme con personas hispanohablantes que viven en Bielefeld y especialmente al comenzar a trabajar desde un punto de vista académico la problemática intercultural, ha cambiado mi actitud. He empezado a jugar con mis identidades y roles, por ejemplo, cuando quedo con hispanohablantes en Alemania. Salto entonces entre una identidad y otra, pero también me inquieta no saber cómo responder a la pregunta “¿quieres quedarte en Alemania o volver?”. ¿Volver? ¿A dónde? El tiempo dirá lo que acabará pasando. El aprendizaje importante es que ahora sé cómo valorar mi multiculturalidad como un potencial y no como un defecto.

Epílogo, agosto 2021

Todo lo descrito se dice que es consecuencia del choque cultural.

  • ¿No hubiera pasado nada de esto si me hubiera preparado, si en una formación intercultural me hubiera sensibilizado?
  • ¿Podía haberme preparado ante estas situaciones en un curso de idiomas en España antes de marchar?
  • ¿No me hubiera bloqueado ser consciente de los problemas potenciales que podían surgir e incluso llevar a pensar que no debía iniciar la estancia?
  • ¿Cómo debía haberse realizado dicha sensibilización para no producir ese efecto?
  • ¿Acaso puede avanzarse la experiencia intercultural y realizarse en un aula?
  • ¿No han contribuido estas experiencias en última instancia a mi capacidad de empatía y de distancia de roles actual?

La respuesta a estas preguntas no puede ser un sí o un no. Lo que sí es indiscutible es que en el aula no se puede replicar la realidad del mundo exterior al cien por cien, pero sí que es posible salir desde el aula al mundo real, por ejemplo, de forma virtual y tener las primeras experiencias en entornos seguros a fin de iniciar la sensibilización y desarrollar la competencia de negociación.

Lucrecia Keim

About Lucrecia Keim

Lucrecia Keim is a senior lecturer in the Department of Translation, Interpreting and Applied Languages of the University of Vic - Central University of Catalonia (UVic-UCC). She is a member of the Learning and Communication research group (GRAC).
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